sábado, 14 de noviembre de 2009

Sin Rumbo

Y Dios no se la salvó.
La enfermedad, el agente misterioso, el adversario implacable siguió avanzando terreno, la infección secundaria invadiendo el organismo de la desdichada criatura, pudriéndola en vida el virus ponzoñoso de la difteria.
Y todo fue en vano: los recursos, los remedios, los paliativos supremos de la ciencia, el ardiente empeño del médico, el amoroso anhelo del padre, el fervor religioso de la tía, todo el arsenal humano, todo fue a estrellarse contra el escollo de lo desconocido, de lo imposible... Tres días después de haber caído enferma, Andrea dejó de sufrir.
Como si se hubiesen secado en Andrés las fuentes del sentimiento, como si el dolor lo hubiese vuelto de piedra, ni una lágrima lloraron sus ojos, ni una queja salió de sus labios, ni una contracción arrugó su frente; impasible y mudo la vio morir, la veía muerta.
El médico, compadecido, hizo por llevárselo de allí.
Se rehusó secamente. Quiso que lo dejaran solo, lo pidió, lo exigió y junto al lecho de su Andrea, que la tía Pepa bañada en llanto había sembrado de flores, se dejó quedar sobre una silla, inmóvil, abrumado, anonadado...
De noche y tarde ya, abandonó su asiento.
Con el frío y sereno aplomo que comunican las grandes, las supremas resoluciones, había dado algunos pasos al otro extremo de la pieza, cuando un brusco resplandor penetró por la ventana, rojo, siniestro, contrastando extrañamente con la luz blanca de la luna.
Se detuvo Andrés y miró: el galpón de la lana estaba ardiendo. Anchas bocas de fuego reventaban por el techo, por las puertas; las llamas, serpenteando, lamían el exterior de los muros como azotados de intento con un líquido inflamable.
Poco a poco el edificio entero se abrasaba, era una enorme hoguera, y a su luz, allá, detrás del monte, por las abras de los caminos, habría podido alcanzarse a distinguir un bulto, como la sombra de un hombre que se venga y huye.
Andrés, él, nada vio, ni un músculo de su rostro se contrajo en presencia de aquella escena de ruina y destrucción.
Imperturbable, siguió andando, llegó hasta descolgar de la pared un cuchillo de caza, un objeto de precio, una obra de arte que, junto con otras armas antiguas, tenía allí, en una panoplia.
Volvió, se sentó, se desprendió la ropa, se alzó la falda de la camisa, y tranquilamente, reflexivamente, sin fluctuar, sin pestañear, se abrió la barriga en cruz, de abajo arriba y de un lado a otro, toda...
Pero los segundos, los minutos se sucedían y la muerte asimismo no llegaba. Parecía mirar con asco esa otra presa, harta, satisfecha de su presa.
Entonces, con rabia, arrojando el arma:
-¡Vida perra, puta. .. -rugió Andrés-, yo te he de arrancar de cuajo!...
Y recogiéndose las tripas y envolviéndoselas en torno de las manos, violentamente, como quien rompe una piola, pegó un tirón.
Un chorro de sangre y de excrementos saltó, le ensució la cara, la ropa, fue a salpicar sobre la cama el cadáver de su hija, mientras él, boqueando, rodaba por el suelo...
El tumulto, abajo, se dejaba oír, los gritos de la peonada por apagar el incendio.
La negra espiral de humo, llevada por la brisa, se desplegaba en el cielo como un inmenso crespón.

Volviste a mi bebé, te extrañé, que bueno es tenerte conmigo de vuleta para organizarme un poquito :)

domingo, 1 de noviembre de 2009

Domingo


Hoy tuve un Domingo de regresión, de hacer cosas que tenía ganas, y de tarde lluviosa.
Empecé el día mirando Friends, que eso es algo que siempre me pone de buen humor. Me puse a jugar con las acuarelas y a escuchar el disco de Cablín. Hace mucho que no pintaba porque tenía ganas de hacerlo yo, y no por tener que hacer algo para dibujo, o laguna lámina pedorra para composición. También hace muchísimo que no escuchaba ese disco.
Comí ñoquis con queso, siempre es bueno cambiar los ravioles del domingo y más si es por ñoquis (lo que como cada muerte de obispo). Miré el Chavo tamando un té. Saqué un par de fotos. Tomé mates y merendé con papá. Me puse a acomodar y se me dió por mirar los libros (y plumeriarlos un poco). Empecé a leer un libro que me recomendo mi papá, le dije que tenía ganas de leer un libro que me enganche y que se deje leer, hace meses que no termino un libro, los empiezo y no los puedo terminar, así que espero leer este gratamente, parece estar piola.
Mientras que escribo esto me estoy comiendo un helado, así que ahora, me voy a acomodar muy retorcidamante en la silla a terminar mi helado y leer mi libro.